Escrito por Humberto Campodónico Sánchez.
Publicado en Diario La República; Lima, 27 de octubre del 2014
Mientras han durado las vacas gordas de los altos
precios de los minerales debido a la industrialización (eso debe quedar bien
claro) china y asiática, se aplicó el piloto automático: para qué hacer algo si
el mercado dice que todo marcha bien.
Además, con una autocomplacencia digna de mejor
causa, se creyó que las vacas gordas durarían para siempre. Sucedió con la
crisis sistémica en el 2008, cuando Alan García le aseguró a los mandatarios de
la APEC reunida en Lima, que había que tener fe y confianza para que esta no
nos golpee.
Lo mismo sucedió hace unos meses con el ex ministro
Castilla, que se negó a discutir el aumento del salario mínimo (como lo manda
la ley) que, indudablemente tiene un efecto reactivador. No solo eso, para
asegurarse que el tema “desaparezca”, virtualmente acuchilló a su superior, el
exPremier César Villanueva.
La cuestión es que acá el “establishment” ha creído
(o ha querido creer) que como las exportaciones lideraron el crecimiento de
muchos países de la Región y también del Sudeste Asiático, entonces las 2
regiones estaban en lo mismo.
Falso de toda falsedad. El crecimiento de América
Latina se sustentó en la exportación de minerales (caso de Perú) y petróleo, es
decir, en aquellos productos en que tenemos una dotación de recursos naturales
super favorable. Nos dedicamos entonces a desarrollar estas ventajas
comparativas estáticas. Literalmente, “exportamos piedras” para que otros las
transformen.
Esos “otros” son los países ya industrializados de
siempre y los de industrialización reciente, que se están poniendo al día y
alcanzando a los grandotes del barrio. Para muestra un botón: en el 2012 China
fue el primer país exportador (sobre todo de productos industriales) con US$
2.049 billones. Más atrás vienen EEUU y Alemania con US 1.546 y US$ 1.407
billones, respectivamente.
El economista colombiano José Antonio Ocampo, ex
Jefe de la CEPAL, lo dice con precisión: los Estados de los países asiáticos
impulsaron de manera muy consciente el aprovechamiento de sus ventajas
comparativas dinámicas, fomentando la industrialización con una serie de
políticas cuyo objetivo central es la confluencia de los intereses del Estado y
los empresariales.
Todos los países asiáticos, todos, tienen planes
quinquenales o decenales, que no significan planificación compulsiva sino el
alineamiento de los objetivos de los actores mencionados. Ellos saben bien que
eso fue lo que hicieron antes los países industrializados: fueron
proteccionistas hasta que sus industrias florecieron. Una vez arriba se dedicaron
a “patear la escalera” (1) para que nadie más pudiera subir.
Ahora predican el reino de la oferta y la demanda,
de la libertad de mercado y las ventajas del libre comercio. Ahora son
librecambistas y aborrecen su proteccionismo primigenio.
No solo eso. Los libros de texto comenzaron a decir
que si los países desarrollaban sus ventajas comparativas estáticas
–especializándose en la producción de aquellos productos en los cuales se tiene
abundante dotación de factores– todo iba a ir de lo mejor puesto que el libre
comercio haría que los precios del capital y del trabajo se igualen, por el
arte de la magia del mercado. Eso no sucedió, claro, y los asiáticos se dieron
clara cuenta que tenían que industrializarse e invertir en educación.
Ahora que llegaron las vacas flacas, sería lógico
sacar las lecciones. ¿Por qué estamos en el último tercio en casi todos los
indicadores educativos y en las tecnologías de la información y del
conocimiento? ¿Tendrá eso algo que ver con el “piloto automático” y la
exportación de minerales?
¿No habría sido bueno que los ingresos de esta
excepcional década (que ya terminó) se dedicaran a la superación de esos
problemas? ¿Por qué tiene el MEF guardados US$ 30,000 millones en los bancos
(el 15% del PBI) ganando tasas de interés mínimas, cuando se pueden invertir en
proyectos de infraestructura y otros, como el impulso a la petroquímica y a
transformar los fosfatos de Bayóvar en fertilizantes para nuestros
agricultores, lo que da un rendimiento 5 a 10 veces mayor?
¿Por qué el Estado no se dedica a promover, junto
con el sector privado, ese tipo de proyectos de diversificación productiva para
tener “más y nuevos motores de crecimiento”, lo que de paso, contribuye a
disminuir la informalidad? ¿Qué falló en el tema 1, en el sector 2, en la
política económica 3? Y así podríamos seguir.
Pero no hay espíritu crítico ni autocrítico. Los
paquetes de medidas del Poder Ejecutivo (como el que acaba de aprobar la
Comisión de Economía) y gremios como ADEX son más de lo mismo. Se plantea
rebajar impuestos (la depreciación de activos, reducir el IGV o el impuesto a
la renta) y disminuir los salarios como medidas de “salida a la crisis”. Peor
aún: en verdad lo “único” que importa es que se concreten los nuevos proyectos
mineros para mantener el modelo y que todo siga igual.
Como dijo Talleyrand de los Borbones y de la
aristocracia francesa en el momento de la restauración posnapoleónica: “estos
no han aprendido nada ni olvidado nada”.
(1) “Pateando la escalera: la verdadera historia del
libre comercio”, Ha-Joon Chang,
http://www.ilocarib.org.tt/trade/documents/economic_policies/SRtrade2003...
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